jueves, 5 de mayo de 2011

LOS CAMINOS DE LA LIBERTAD Viejas notas

Sobre la actitud ante la guerra civil española de un intelectual francés. 

Estoy viejo. Aquí estoy, aplastado sobre una silla, hundido hasta el cuello en mi propia vida y sin creer en nada. Sin embargo, yo también he querido partir para una España. Y después de todo eso no se arreglo. ¿Acaso hay dos Españas? Yo estoy aquí, me asqueo, siento el viejo sabor, yo soy mi propio sabor, yo existo. Existir es eso; beberse sin sed. Treinta y cuatro años. Treinta y cuatro años paladeándome, y estoy viejo. He trabajado, he esperado, he tenido lo que quería: Marcela, París, la independencia, asunto acabado. Ya no espero nada. Contemplaba ese jardín rutinario, siempre nuevo siempre el mismo, como el mar, recorrido desde hacía cien años por las mimas olillas de colores y ruidos. Había eso: esos niños que corrían en desorden, los mismo desde hacía cien años, ese mismo sol sobre la reinas de yeso de dedos rotos, y todos esos árboles; estaba Sarah y su kimono amarillo. Marcela encinta, tan monótono, que bastaba para colmar una vida; era la vida. El resto, Las Españas, los castillos en el aire era...¿qué? ¿Una tibia religioncita laica para mi propio uso? ¿El acompañamiento discreto y seráfico de mi verdadera vida? ¿Una coartada? Así es como me ven ellos, Daniel, Marcela, Brunet, Santiago; el hombre que quiere ser libre. Come, bebe, como todo el mundo, es funcionario del gobierno, no se mete en política, lee "La Obra y El Popular", tiene dificultades de dinero. Solo quiere ser libre como otros quieren una colección de estampillas. La libertad es una jardín secreto. Se pequeña connivencia consigo mismo. Un tipo perezoso y frío, algo quimérico pero muy razonable en el fondo, que se ha confeccionado sigilosamente una sólida y mediocre felicidad de consideraciones elevadas. ¿Seré yo eso? 

Sobre el compromiso político

- ¿Te niegas?
- Si -dijo Mateo desesperado-, si Brunet; me niego. Y pensaba: "Ha venido a a ofrecerme lo mejor que tiene" 
- Naturalmente -dijo Brunet con impaciencia-. Vosotros los intelectuales sois todos iguales: todo cruje, todo desaparece, los fusiles van a disparar solos, y vosotros os quedáis ahí, apacibles: vosotros reclamáis el derecho de ser convencidos. Ah, si al menos pudieras verte con mis ojos, comprenderías que el tiempo apremia.
- Bueno, pues sí, el tiempo apremia, ¿y que?
- ¡Ahí tienes! Haces como que te lamentas tu escepticismo, pero estás apegado a él. Es tu confort moral. En cuanto lo atacan, te prendes a él ásperamente, como tu hermano mayor al dinero.
- Yo no tengo nada que defender: no estoy orgulloso de mi vida y no tengo un centavo. ¿Mi libertad? Me pesa: años hace que soy libre para nada.
- Hubo un silencio 
- Bueno, ¿y entonces? 
- Y bueno, ya ves, no puedo afiliarme, no tengo bastantes razones para eso. Protesto como vosotros, contra las mismas gentes, contras las mismas cosas, pero no bastante. No puedo hacer nada. Si me pusiera a desfilar levantando el punto y cantando la Internacional, y me declarara satisfecho con eso me engañaría, ¿Es que no me comprendes, Brunet? Dime , ¿es que no me comprendes?
- No sé si te comprendo muy bien. Me voy, voy con retraso.
- No puedes imaginarte lo que me ha conmovido que hayas venido a verme y que me hayas ofrecido tu ayuda, simplemente porque tenía mala cara esta mañana. Y tenías razón, ¿sabes?, necesito ayuda. Sólo que es tu propia ayuda la que yo querría...no la de Karl Marx. Yo quería verte a menudo y hablar contigo amigo.
¿No sería posible?
Brunet apartó la vista. Bien lo querría -dijo-, pero no tengo mucho tiempo.Tu me sigues importando, están también los recuerdos. Pero eso no cambia nada de la cuestión: mis únicos amigos, ahora, son los camaradas del Partido; con ellos tengo todo un mundo en común.
- ¿Y tu crees que nosotros no tenemos ya nada en común? Preguntó Mateo.
- Brunet se encogió de hombros.
Se ha marchado. Se marchaba por las calles, escorado y balanceándose como un marinero, y las calles se tornaban reales una a una. Pero la realidad de la habitación había desaparecido con él. 
Yo me he negado porque quiero conservarme libre; esto es lo que puedo decir. Y puedo decir también: me ha dado dentera; me gustan mis cortinas verdes, me gusta tomar aire, por la tarde, en mi balcón y no querría que eso cambiara; me gusta indignarme contra el capitalismo y no querría que lo suprimieran porque entonces no tendría ya motivo para indignarme, me gusta sentirme desdeñoso y solitario, me gusta decir que no, siempre que no, y tendría miedo de que trataran de construir buenamente un mundo pasable, porque entonces tendría que decir que si y que hacer como los demás. Por arriba o por abajo: ¿quien decidiría? 

Edad de la razón y edad de la resignación
Tu vida es un perpetuo compromiso entre una afición a la revuelta y la anarquía en el fondo muy modesta, y tus tendencias profundas que te llevan hacia el orden, la salud moral y casi diría la rutina. El resultado es que has seguido siendo un viejo estudiante irresponsable. Pero mírate bien, mi viejo: tienes treinta y cuatro años, el cabello se te cae un poco -cierto que no tanto como a mí- ya no eres ningún jovencito y la vida bohemia te sienta tan mal. Además, ¿qué es la bohemia? Eso era muy bonito hace cien años, ahora un puñado de extraviados que no son peligrosos para nadie, todos fracasados. Tu has llegado a la edad de la razón, Mateo, has llegado la edad de la razón o deberías llegar a ella -repitió-.
- ¡Bah! -dijo Mateo-, tu edad de la razón es la edad de la resignación, y no me interesa mayormente.